Se sentó junto a la ventana esperando la lluvia; en su caída iba a lavar todas sus tristezas, imaginaba, y lo dejaría nuevo y crujiente, para recibir otra vez el sol en la cara.
Esperaba sin ansias. No importaba si iba a tardar un siglo o un suspiro, o si no iba a llegar nunca más y se quedaría desgranando almanaques en medio de su vida de caracol, de rutina, de imposibles.No se inquietaba porque sabía que estirando los dedos siempre podría tocar los suyos, como tocaba sus hombros y sus labios. También intuía (lo deseaba más que a nada) que podía sentir su tacto.
Se acompañaban así, mutuamente, como lo hacían ahora, desde siempre, y no se cansaba de repetírselo aunque supiera que ya lo sabía.
Dulcísimos sueños, rezó. Duérmase tranquilo, yo estoy acá, a su lado.
Se acompañaban así, mutuamente, como lo hacían ahora, desde siempre, y no se cansaba de repetírselo aunque supiera que ya lo sabía.
Dulcísimos sueños, rezó. Duérmase tranquilo, yo estoy acá, a su lado.
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