Una cuestión de tamaño

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domingo, 12 de junio de 2011

Felicidad

Lo rodean finos muebles, ropa de seda, whisky del mejor. Desde el fastuoso living ve la enorme piscina, sus autos caros y piensa. Piensa en su adolescencia.

Cuando sentía que era distinto, en su limitado entorno material comprobaba su mente sobresaliente, su inteligencia frente a los demás. Soñó entonces un futuro pletórico y feliz con todos sus más increíbles sueños cumplidos. Era rico, sí, muy rico en afectos. Familia y amigos. Pero no lo entendía entonces. Nadie le avisó y tarde, demasiado tarde comprobó cuál riqueza era la verdadera y cuán irrecuperable es, porque el dinero no sirve para recuperar lo valioso. Ahora lo sabe. Parsimoniosamente apaga su último cigarrillo, toma su último sorbo de alcohol, abre el primer cajón de su escritorio de roble antiguo  y se juega a lo único que –quizás– podría devolverle su felicidad.


MC

viernes, 10 de junio de 2011

No gris

Su entorno es triste, apagado, sombrío; está hundido en una gama de grises y marrones decolorados. Paredes, muebles, su ropa, ella misma. Como su vida de adolescente pobre, enfrentada a todas las carencias, su autoestima está horadada por feroz discriminación ancestral, que, aunque provenga de su ignorancia y no de su maldad, cumple su fatal misión.  Por horas piensa en soluciones tan fantásticas como trágicas. Por horas piensa en sus sueños –que ella cree– no posibles. Cuando pasa el momento oscuro, la rebeldía de su juventud la desafía y recurre a lo único de la casa que la deslumbra y que resalta con su color ambarino, naranja, vivo, de belleza inigualable, donde ella se fascina maravillada de que exista algo tan magnífico a su alcance, luz maravillosa que ilumina su entorno gris: una tibia taza con .


MC

miércoles, 8 de junio de 2011

11.11

Los primeros tiempos ellos aparecían ocasionalmente. La sorprendían y hasta la divertían. Poco a poco la curiosidad la llevó a buscarlos y ellos respondían cada vez mejor. Ahora la acechan con su luz roja en la oscuridad; ella los busca y junto con ellos aparece el miedo. Despierta súbitamente y los encuentra con mezcla de sorpresa y temor. Allí están: 0.00, 1.11, 2.02, 2.22, 3.33. Cuando despierta en 5.55 se siente aliviada, ya casi se tiene que levantar. Los cinco minutos fatales la hacen despertar en el 6.06. La habitación empieza a iluminarse, el día combate el protagonismo de los numeritos rojos. Entonces se siente aliviada, liberada, y con supremo esfuerzo decide olvidar a sus enemigos durante el día. Vuelve su atención al nuevo celular cuando recibe un mensaje y le muestra –en rojo– que son las 7.07.


MC

viernes, 20 de mayo de 2011

Patalear en la tierra

Sonaron varios timbres al unísono, estaba alterada, alguien le abrió rápido y así pudo llegar a su madre a tiempo, sus gritos demasiado tentadores para que los vecinos no escucharan su desesperación:  ¿Por qué lo hiciste? ¡Mala! ¿Por qué ME lo haces? ME querés volver loca. ¿Por qué querés matarte? ¿Qué hago yo, qué hago si te morís? ¡NOOOO! Yo no quiero que te mueras, ¿estás loca? Te peleo, te odio ¡pero no te mueras!

Quién nos manda a escuchar a los vecinos.  Es morbo, curiosidad o necesitamos ser testigos de momentos decisivos donde podríamos encontrar alguna respuesta a las preguntas eternas, ansiando aprender, entender, por lo menos algo. Porque a quién no le pasó desear irse (una, muchas veces). Si pudo trascenderlo, sabe que quedarse siempre es valioso.  Aún sin querer, aún sin entender.


MC

jueves, 19 de mayo de 2011

¿Estoy?

Acabo de darme cuenta que puedo vivir en esta parte de la casa perfectamente, salvo que necesite algo de la cocina.  Hace tres horas que estoy acá hablando por teléfono, navegando, escribiendo.  Mi hija ni se entera; está estudiando con sus amigas. De repente pasa para el baño. Le hablo pero no me mira ni me contesta. En lugar de volver entra a mi cuarto, llama a su novio y le dice: “Me da cosa instalarnos en este dormitorio, pero voy a pensar como científica y dejarme de pavadas. Es el mejor cuarto de la casa, luminoso y amplio”.  Yo, intervengo con cierto enojo: “¿Què decís?  Es mi cuarto…”, y cuando voy a decir “son mis cosas” me doy cuenta de que está desordenado, con pilas de cajas cerradas y compruebo que ni me ven ni me escuchan.


MC

miércoles, 18 de mayo de 2011

Emilia llama

Qué pasó, que pasó, grita desesperada en el teléfono y solo escucha llantos, gritos inentendibles de Emilia, su empleada doméstica, y apenas puede entender “se murió, se murió”.

Corre por pasillos, escaleras, estacionamientos; maneja descontrolada pero llega y desde la esquina ve la ambulancia en la puerta del edificio de 28 apartamentos. Estaciona de cualquier manera y al bajarse provoca el comentario atónito de un vecino: “No miró, se bajó del auto como loca y el ómnibus que pasaba cerca del auto la mató”. 

Emilia, mirando desde la ventana del cuarto piso, todavía con el sabor salado de sus propias lágrimas, le dice a la bebé en sus brazos: “¡Qué horror! Se acaba de morir mi abuela y ahora tu mami tiene un accidente en la esquina”.  No se da cuenta de su protagonismo en el hecho.


MC.