Qué pasó, que pasó, grita desesperada en el teléfono y solo escucha llantos, gritos inentendibles de Emilia, su empleada doméstica, y apenas puede entender “se murió, se murió”.
Corre por pasillos, escaleras, estacionamientos; maneja descontrolada pero llega y desde la esquina ve la ambulancia en la puerta del edificio de 28 apartamentos. Estaciona de cualquier manera y al bajarse provoca el comentario atónito de un vecino: “No miró, se bajó del auto como loca y el ómnibus que pasaba cerca del auto la mató”.
Emilia, mirando desde la ventana del cuarto piso, todavía con el sabor salado de sus propias lágrimas, le dice a la bebé en sus brazos: “¡Qué horror! Se acaba de morir mi abuela y ahora tu mami tiene un accidente en la esquina”. No se da cuenta de su protagonismo en el hecho.
MC.
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