Debatimos en silencio por largos minutos. Conocemos el resultado pero no nos atrevemos a comentarlo. La humillación es un precio que ninguno quiere pagar.
El sonido de las escaleras nos devuelve a la realidad. Al instante levantamos la mirada y la fijamos en la nueva protagonista que acaba de entrar en escena.
La intrusa es una mujer madura, madre de dos niños nerviosos. Nos habla de talles, botones y un montón de otras cosas que ahora no recuerdo. Nos advierte, como si acabase de tomar una decisión con su marido, que desde este momento el traje del abuelo pertenece a mi hermano. Perdí la batalla.
ML
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