Una cuestión de tamaño

sábado, 11 de junio de 2011

Por la misma puerta

Oí los gritos y el disparo final. No pude contener las lágrimas, pero al sentir su presencia en la entrada de la habitación, tuve que callar los sollozos. Tapé mi boca con las dos manos y miré perplejo la puerta que se abría. Mi padre ya no estaba gritando; estaba tranquilo. Quedó unos segundos parado y de repente se acercó. Le miraba las botas que, paso a paso, volvían a hacer el mismo camino que había hecho mamá minutos atrás. Mi silencio era ya casi inaguantable; estaba conteniendo la respiración cuando se sentó en la cama. Cargó el arma y volví a sentir cómo las heridas se iban cerrando. Mamá tenía razón: el ruido se termina alguna vez. Desde abajo pude ver cómo sus piernas perdieron el control. Como si hubiese querido dormir una siesta.


ML

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